Hace unos meses una reconocida persona del sector financiero colombiano me propuso tener una reunión para conocer a los delegados del tesoro belga. Pensé lo mismo que ustedes: ¿a quién le importa el tesoro belga?¿acaso me aportaría algo conocer ese país que nunca genera ruido? Que equivocado estaba.
Poco después empecé a planear este pequeño viaje por Europa y me topé con aquel país que no despertaba interés en mi y me dije:
"si alguna vez tuve la oportunidad de conocer el tesoro belga también la tendré ahora". Que equivocado estaba.
Luego de dejar París, llegué a Bruselas y tras recorrer la ciudad no vi a la realeza belga, sus lujosos autos y mucho menos escuché el sonido del dinero. El precio de la arrogancia del pasado era muy alto y me impedía descubrir los tesoros que tanto anhelaba.
Agobiado por el aire pesado de la ciudad, tomé un tren que me llevará a lo desconocido, lejos de ese lugar que ya odiaba. Después de unas 7 paradas me di cuenta que me había perdido. Bajé del tren y miré alrededor encontrando rostros amables en medio de las construcciones viejas que contrastaban con el verde de sus jardines. Fue tanta la presión y estaba tan aturdida mi cabeza que caí inconsciente.
Al despertar todo era diferente. Mi vestimenta era de un paño fino de colores al igual que la de las personas que allí estaban. Las construcciones se veían más fuertes que en mi llegada, y así fue como me di cuenta que viajé más de 600 años en el tiempo. Al mirar las placas de las casas, una me decía que estaba en Gent.
Aunque estaba lloviendo un poco, no importó porque ya estaba encontrando algunos tesoros como el campanario de Belfort, el castillo de Gent y sus canales que se pueden confundir con los de otras famosas ciudades como Venecia y Amsterdam.
Luego decidí que era momento para seguir la búsqueda de ese tesoro que me impactara. Tomé una carreta en dirección a Antwerp y allí encontré a Adriana (una amiga de mi villa en Colombia) y un belga que nos guiaría en mi corta estadía. Aunque seguía en ese tiempo medieval, la ciudad tenía un toque futurista que hacía fácil ese paso de la época de los caballeros a nuestros días. Además de advertirnos sobre los gigantes de la ciudad (que actualmente están en cada plaza), nuestro guía nos llevó a una taberna para mostrarnos uno de los tesoros de Bélgica mayor apetecidos: la cerveza. Y es que no es fácil enfrentarse a 8 o 10 grados de alcohol, sin embargo la leyenda dice que los grandes caballeros belgas comen uno o dos huevos cocidos antes de cada batalla contra el alcohol, yo preferí sólo la cerveza.
No fueron suficientes los consejos por lo que tuve que acudir a la ayuda de un amigo. Jorge, un viajero que con su cámara podría descubrir otros tesoros, me ayudó en mi búsqueda.
Volví al lugar que me había desilusionado, Bruselas. Caminamos por sus calles atestadas de duendes que realizaban miles de compras, sus calles sórdidas que no nos mostraban pistas para descubrir un nuevo tesoro. En nuestra bolsa pusimos el Museo de la música, un edificio en forma de átomo y hasta un niño que trató de orinarnos cuando le preguntamos sobre el paradero de los tesoros.
Cuando estábamos a punto de rendirnos, el desespero nos llevó a tomar el alimento de los reyes. Un plato de almejas y papas fritas abrió nuestras mentes y nos mostró ese gran tesoro que nos daría Bruselas. Fuimos a una nueva taberna cuyo nombre describía perfectamente el estado en el que quedaríamos: Delirium.
Aunque nuestro guía en Antwerp nos advirtió que 5 cervezas sería más que suficiente para hablar con sus antepasados, nosotros duplicamos la dosis. La algarabía duró hasta las 5 de la mañana, rodeados de nuevos amigos que también buscaban el anhelado tesoro belga.
Al final desperté en mi tiempo, con mi ropa y con la felicidad de haber encontrado aquel tesoro: eso tan grande y ostentoso que buscaba era algo tan simple como estar con buenos amigos, tomando una cerveza y recordando historias del pasado en un lugar ajeno a nuestra cotidianidad. En realidad son muchos tesoros belgas los que allí hay pero hay que estar dispuesto a crear una aventura para descubrirlos. El Gent medieval, el Antwerp moderno, un Bruselas caótico y un Brujas clásico me mostraron con una fuerte pero calida cachetada, lo poco que conocía del país de la cerveza, los gaufres y el chocolate.
Algún día volveré por más tesoros belgas pero por ahora es momento de ir a la ciudad del sexo: Amsterdam.
A mi me sirvió:
1. Un carnet estudiantil ( el que sea)
2. Probar chocolates y cervezas sin importar su precio, vale la pena.
3. Llegar a Bruselas y comprar un pase de múltiples trayectos en el tren. Hay muchas ciudades que rodean la capital y vale la pena ir.
4. Perderse en las ciudades.
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