Después de casi dos meses de viaje en Tailandia llegaba al país del que algunos me dijeron "es la sombra de Tailandia". Las personas eran físicamente parecidas a los de la Tailandia del norte aunque su acento no era tan cantado. La comida era una variación de la tailandesa que se basaba en arroz y pasta. Los paisajes también parecían ser similares. En ese primer día en Laos pensé que había llegado a la sombra de Tailandia, que equivocado estaba.
El Mekong
Nunca antes oí hablar de este río. No oí sobre su belleza e importancia geográfica y su papel en la historia. Luego de unas horas en Laos, luego de haber hecho auto-stop y de comprar comida para nuestro viaje de dos días en bote, ya estábamos navegando en el río más importante del Sudeste asiático.
Por más que tomaba medicamentos, el dolor de la cirugía de días atrás me seguía atormenando. Sin embargo ese dolor no impidió disfrutar de las primeras 8 horas de un viaje en el que la mezcla de jungla, grandes rocas y cuevas que se divisaban en las montañas hacia del paisaje único. El atardecer era perfecto, no por sus colores, sino por la imagen de ver como se reflejaba en el río y simplemente desaparecía.
Al llegar a la pequeña villa donde pasaríamos la noche conocimos a Soledad, Luis y Ludwing, una familia de costarricenses que no sólo nos llenaron de esa energía latina que a veces se extraña sino que también nos entretenían con la riqueza de sus historias. Luego de comer con ellos fuimos a domir, o mejor, fueron a dormir. Yo me quede toda la noche luchando contra el dolor mientras escuchaba el sonido del silencio de un pueblo donde una luz prendida a esas horas era una novedad, era un pueblo donde lo simple era la norma.
Quiero quemar la Lonely Planet!
Nuestro segundo día de viaje había acabado y ya estábamos en Laung Prabang, una de las ciudades más lindas del Sudeste asiático según los viajeros. Sin embargo la mezcla de dolor y el proceso de adaptación a los nuevos precios estaba acabando conmigo, no me importaba estar en esa ciudad.
Luego de buscar de buscar hoteles y algo de comer ya odiaba ese país. Los precios me parecían altos, la calidad era desastrosa y el trato de las personas no era el mejor. De hecho, aunque pagara por un servicio recibía a cambio la peor atención que hubiera sentido en todo el viaje. Odio cuando llego a un lugar y esto pasa porque quiero escapar.
Aunque la majestuosidad del Mekong y los rincones olvidados de la ciudad trataban de calmarme, siempre encontraba algo que me hacia comparar el lunar con otros lugares y amargaba mi existencia. Decidimos que iríamos a la capital, Vientiane, a tramitar una visa a Vietnam. Mientras buscaba la forma de escapar, vi la guía, la lonely planet y la maldije por toda la información falsa que me había dado de ese lugar, en ese momento decidí no hacer lo que me decía la guía, en ese momento decidí aventurarme más y hasta decidí quemarla, nadie guiaría mi viaje.
Al día siguiente descubrimos las cataratas más lindas vistas hasta ahora con un azul intenso que nos dejó atónitos. Encontré en los sándwich y galletas caseras (herencia del a colonización francesa) una razón para permanecer en el lugar.
Una tarde un monk se detuvo a hablar con nosotros, nos contó sobre su vida de entrega y nos transmitió la paz que sólo ellos poseen. Me demostró que en Laos habían personas con un corazón gigante. Al día siguiente nos levantamos a verlos mendigar y cuando estábamos en la calle principal, un grito que salió de mi rompió la paz de la ceremonia. Había visto a mi monk, mi amigo y no pude evitar saludarlo, con una sonrisa el me reconoció, en ese momento sentí orgullo de haberlo agregado a Facebook.
La capital de las 200.000 personas
El bus que nos llevó a Vientiane fue de los más incómodos tomados hasta ahora pero también de los más divertidos. Luces de colores y una música que nunca había escuchado viajaban por el pasillo. La gente, en su mayoría laos, reía y comía mientras avanzaba la noche, a mi lado un hombre no paraba de sonreirme, yo tampoco lo evité.
Recorrimos la ciudad en dos días en los que caminamos por horas. Nos parecía increíble lo pequeña que era y la poca cantidad de turistas occidentales que había. Las personas no paraban de sonreirme, talvez por el hecho de hablarles en Tai, poco a poco olvidaba que estaba en la sombra de Tailandia.
Nuestro último día visitamos la segunda versión de un parque temático de budas, el primero fue en Lumbini (Nepal). Algún tiempo atrás un monje decidió cubrir una tierra con buscas y así fue como creó unos los lugares más extraños que hubiera visitado, decenas de budas de todos los tamaños y formas estaban a nuestro alrededor. Mientras pensaba en como alguien había construido este parque conocí a un lao que me habló durante un tiempo con la excusa de querer mejorar su inglés, este hombre no paraba de reír.
Karaoke time
Aunque finalmente no quemé la guía decidí que iríamos a Paksan, un lugar que la guía no recomendaba por que decía que no había nada que hacer. Efectivamente, no había nada que hacer.
Luego de caminar un par de kilómetros encontramos un hotel donde pudimos pasar la noche. Sin embargo al tratar de buscar comida era imposible comunicarnos así que decidimos buscar un lugar en algún punto de la carretera principal. Cuando finalmente encontramos un restaurante lleno de vietnamitas y laosis, tuvimos que dejar la carta e irnos dado que no entendíamos nada. Sin embargo una mujer tomó el brazo de Nuria y le dijo en lao que se quedara.
No entendimos porque la mujer le daba besos y le tocaba los pechos mientras que a mi me daban "Lao beer" cada dos minutos. Pero luego de un rato nos dimos cuenta que sólo querían ser amables con nosotros. Nos compartieron del tradicional "fondeu lao" y nos pusieron un karaoke con alfabeto occidental. Nunca habíamos pasado una tarde tan auténtica, algo que deseábamos desde que empezamos a viajar juntos en Tailandia. Tengo que decir que ese día cambié mi concepto de Laos y le di gracias a mi novia por haberme dicho que nos quedáramos unos días más, que Laos seguramente nos tendría preparada una sorpresa.
Esto es Laos
Al tomar la decisión de ir en dirección de Vietnam, escogimos una ruta que pocos hacen. Una ruta en la que hay unas cuevas y nada más, decía la guía. Pues nosotros decidimos maximizar la experiencia. Una vez más hicimos auto-stop con la suerte de que los autos paraban al instante. Al llegar a Ba Nha hin, un pueblo pequeño con pocos turistas, me sentí feliz de haber ido a Laos, había borrado de mi mente ese choque e la turística Laung prabang.
Al día siguiente fuimos a la villa de Kong Lor, uno de los pueblos más tranquilos vistos antes. El color de sus campos y las montañas rocosas de fondo eran único. Mujeres usando atuendo típico y niños jugando en el campo me alegraba porque conocí personas que realmente son felices con nada.
Visitar los 7 kilómetros de longitud de las cuevas en una lancha con 3 personas más y en medio de la oscuridad fue una experiencia única. A veces debíamos bajar y empujar la lancha y en otras ocasiones caminamos pequeños senderos que estaban iluminados para ver su majestuosidad. Al salir me di cuenta de que la memoria de la cámara se había dañado, tendría que tener las imágenes sólo en mi mente.
Una noche contamos con la suerte de estar en un concierto que organizaba una caravana de artistas. La escena fue la siguiente:
- Un bazar donde los hombres hacia fuego para calentarse y las mujeres corría.con sus cobertores
- Un carrusel empujado por dos hombres
- Apuestas en la calle mientras jugaban dados
- Una venta de sorpresas para los niños que contenían dulces y refrescos.
- Una tienda de ropa improvisada donde las mujeres y niños se median todo para estar a la moda
- Unos europeos comprando palitos con carne
- Un concierto de música popular lao donde las mujeres y niños se sentaban en el suelo cubiertos con cobijas y toallas en la cabeza.
- Un Colombiano y una Española viviendo uno de los mejores días de su vida.
Aunque mi estadía en Laos fue corta debo decir que me dio una lección de vida importante. Me recordó el error que cometemos al juzgar a la primera impresión. Recordé lo importante que es ser paciente, esperar los resultados y no actuar antes de tiempo. Aprendí el valor de lo simple, de como con poco se puede hacer mucho. Pero sobre todo, aprendi que al lado de Tailandia hay un país llamado Laos, un país con una historia de guerra que causó mucho sufrimiento, un país que a pesar de su pobreza trabaja por su gente, un país que sonríe cada vez que puede, un país en el que vale la pena perderse para conocer su riqueza cultural, el verdadero
país de las sonrisas.
Kop chai lalai!
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