noviembre 18, 2013

India - Nepal: De lo santo a lo santo

 

No podía dejar de pensar en lo bien que la había pasado en Rajashtan: los amigos que había hecho, los paisajes que había visto y los colores de la India concentrados en un solo estado, me ponían un poco nostálgico. Ese épico viaje de 30 horas que estaba haciendo a Varanasi con escala en Delhi, estaba inundado por la nostalgia de saber que sólo estaría 4 días más en la India, Nepal se aproximaba.


Te dije que volvería, esta vez sin miedo

Las primeras 17 horas habían pasado. Mi tren llegó a eso de las 11 de la mañana a Delhi, lugar donde estaría hasta la noche para tomar el siguiente tren a Varanasi. Luego de dejar mi mochila en un depósito y salir de la terminal, empecé a caminar por las calles de la vieja Delhi. Primero pregunté a algunos rickshaws sobre lo que debería ver en la zona, esta vez no tuve que discutir mucho para hacerles entender que no necesitaba un tour. Luego tomé un Chai en una tienda en la calle, pagué 8 rupias como cualquier indio y continúe mi camino. Los puris que comí en uno de los restaurantes avalados por el gobierno nunca fueron tan buenos. Tras comprar unas bananas y unas mandarinas me senté a disfrutar de aquella ciudad que dos meses atrás me recibió con una bofetada.


Seguí mi camino hasta que me encontré con el magnífico monumento a Gandhi. Nunca imaginé que una ciudad tan caótica pudiera albergar un lugar tan pacífico. Los jardines le dan vida al cuerpo de Gandhi, esté que yace en el centro del parque. A su alrededor están las palabras que alguna vez dijo para motivar a otros a pensar en una India libre, estas palabras le dan vida a su espíritu.


Luego de escribir por un rato fui en dirección a la terminal de la nueva Delhi, esa que me recibió en la India. Al pasar por cada lugar recordé el miedo que sentí, la presión de la gente y la tranquilidad al final de ese primer día. Esta vez esa tranquilidad estaba presente en cada instante, no dudé al sacar mi cámara y guardar ese momento de victoria sobre aquella ciudad. Fui a mi tren con la cara de felicidad que da el sentirse en casa, nada malo me podría pasar. Cuando abordé el vagón me di cuenta que el puesto que compré debía ser compartido con otro indio: Delhi 3 - Freddy 0.

La Santa Varanasi - India

A pesar de viajar acompañado casi toda la noche, no fue tan malo. La verdad es que con el tiempo se le toma cariño a los indios, dan ganas de recostare en ellos y de consentirles la cabeza. Sin embargo cuando se sientan más de 2 indios en la misma silla todo cambia, dan ganas de hacer curry con ellos, robarles los rotis que cargan en el bolsillo y asfixiarlos con un Sari. 


Personas dormidas en el piso, viejos pidiendo limosna, miles de peregrinos corriendo con maletas y vacas en la estación de tren: había llegado a la Santa Varanasi.

Cuando la gente dice que es la representación de la real India no exageran. La verdad es que toma elementos tanto del norte como del sur. Los sentidos deben estar preparados para recibir toda la información que hay en la ciudad. Los olores de la comida mezclados con el sudor de las personas que aguardan su turno para ver una divinidad, la humedad en las calles junto con el calor que se percibe en los hornos crematorios, el sonido de los mantras y de los vendedores ambulantes, los sabores del norte mezclados con los del sur en los diferentes restaurantes, y los colores que se ven en toda la ciudad, todo esto hace de Varanasi no sólo única en la India sino también en el mundo.


Los 4 días que me quedaría inicialmente se duplicaron. El tiempo en Varanasi pasa lentamente cuando se para a ver las cremaciones de los cuerpos que luego son arrojados al río. Pasa más lento cuando se esta sentado en una cafetería y se ve pasar un cuerpo muerto cargado por sus familiares. Y se detiene cuando se ven a los viejos en la calle que van a morir a esa ciudad para estar más cerca de los dioses.


Sin embargo en Varanasi no sólo hay muerte. Un día Coral (una inglesa que conocí en Udaipur) y yo fuimos al horno crematorio del gobierno. Como veíamos que se podía entrar no dudamos en explorar el lugar. Nos encontramos con unas personas de aspecto sombrío, eran aquellos que dedicaban su vida a quemar cuerpos. Desde el principio nos dimos cuenta de que el amor por la vida salía por sus poros, ellos nos enseñaron el lugar y nos invitaron a tomar te y algunas fotos. Además me enseñaron la cultura del "indian power 24 hours" una cultura alimentada por la oración, ejercicio, mucho Roti en la alimentación y sexo nocturno. Aunque parecía ridículo, luego de ver la vitalidad de aquel viejo de 70 años pensé en que podría tomarlo como estilo de vida.


Luego de esta experiencia decidimos que sería apropiado buscar más vida dentro de la muerte y así lo hicimos cuando visitamos el crematorio principal, ese al que no muchos  suben por miedo y respeto. Y me parece apropiado describir la experiencia porque no se trata de amarillismo. Allí, en ese lugar encontré la enseñanza más grande de Varanasi: la escena no se centra en la cremación del cuerpo sino en la felicidad de los familiares. A diferencia de mis países, en la India se celebra la muerte porque es un paso más a la divinidad. Más que pensar en el apego que se le tiene a las personas, se piensa en como esa persona que muere experimenta un paso a la purificación. Luego de hablar con unos jóvenes que me explicaron todo esto, les pregunté porque ellos estaban allí, entre risas me dijeron "mi abuela es la que está entre las llamas".


Los últimos días viví el festival de la Durga Puja. Un festival donde se hacen esculturas de dioses, se ora cada noche y se preparan ofrendas. Como la mayoría de festivales, al final las figuras son arrojadas al río santo (en este caso el Ganges) en medio de la algarabía de las personas. Mientras todo esto pasaba, pensaba en lo que estaba viviendo, pensaba en lo afortunado que era al estar en un lugar que me ponía a prueba constantemente, en un lugar que me estaba enseñando el verdadero significado de la vida: no temerle a la muerte.

Same, same but different 

Mientras viajaba a Gorakpur pensaba en lo que la India me había dejado: había puesto a prueba a mis sentidos y me dejaba claro la importancia de la familia como motor de una sociedad. La tristeza me inundaba y empezaba a deprimirme un poco hasta que algo sorprenderte pasó: durante 1 hora de recorrido vi a cientos de indios acurrucados en sus rodillas haciendo sus necesidades matutinas a lo largo de la carrilera del tren. Aunque a muchos les parecerá asqueroso para mi era la manera divertida de la India de decirme hasta luego.


Luego de comer un curry, tomé mi bus a Sonuali, la frontera con Nepal. A eso de las 8 de la noche estaba cambiando mis rupias indias por las nepalis (1,60 es el cambio fijo) y unos minutos más tarde ya estaba sacando mi visado para un mes en el país de los Himalayas. Aunque en el aspecto y en los productos que vendían se parecían a los indios, los nepalis me empezaron a mostrar en su sonrisa algo diferente, no tenían esa timidez de los indios.

La Santa Lumbini - Nepal

Rara vez hago lo que dice la guía, sin embargo esta vez quise hacer un plan en base a la información que ésta me daba, mi primer destino de Nepal sería el pueblo donde nació Buda. 


A sólo una hora de camino desde la frontera, Lumbini me recibió con hospedajes con precios altos, mala comida y una nube que no dejaba ver la luz del sol. Ademas me rompí la cabeza contra el marco de la puerta del hospedaje donde me quedé (no tengo la culpa de que los nepalis sean tan bajos). Luego de ver la sangre, le pedí al dueño del lugar que me llevara en su moto a donde un farmaceuta que había conocido un par de horas antes, éste me tomó 3 puntos y me dijo que debía poner una crema y guardar reposo.

Luego de esto no sabía que hacer. Me dolía la cabeza y ya era un poco tarde para visitar los templos budistas del pueblo. Mientras me preguntaba el porque de mi accidente, vi al dueño del hospedaje quien me recomendó un restaurante que no generaba confianza alguna. Al entrar vi a una turista quien me dijo que la comida no era tan mala como se veía, al cabo de un rato fuimos a visitar los templos budistas. El reposo tendría que esperar. 


El lugar es como un Disney World budista. Diferentes países del mundo, donde se practica la religión budista, tienen presencia en el lugar. No sólo se encarga de la construcción de templo que usualmente tiene rasgos de la cultura de su país, sino que también se encargan de la formación de los Monks que posteriormente formarán a los nuevos monjes en su camino a la iluminación. 


A día siguiente (esta vez en compañía de mis 3 puntos) conocí el lugar, o mejor, la piedra donde Buda nació se encuentra en un jardín donde las banderas tibetanas cubren a los cientos de peregrinos que llegan día a día a librarse del apego a las cosas materiales. A medida que visitaba los diferentes templos, descubría esa cultura budista que se caracteriza por la ayuda al otro, por la enseñanza de las lecciones que Buda dejó hace cientos de años, cuando alcanzó el nirvana. El espíritu de los budistas es tan puro que no sólo se ve en sus ojos, se siente en la distancia.


Aunque pensaba quedarme un día más y seguir mi camino al campamento base del Everest, algo pasó. No me pregunten si fue el golpe en la cabeza o el contagio de la paz de los Monks, pero sentí que sería mejor tomar el camino contrario, hacia el campo base del Annapurna, lugar donde estaría aquella turista que me dijo que la comida no estaba tan mal. No estaba tan mal en realidad, de hecho fue la mejor comida que había tenido en mucho tiempo.

1 comentario:

  1. Llegué a leer tu blog al perderme en la autopista virtual pero me encantan tus relatos y las descripciones de estos lugares tan interesantes! felicitaciones y gracias por compartir estas experiencias que hacen la vida mucho más emocionante!

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