1. Explorar el mundo como viajero y no como turista prolonga la vida.
Luego de viajar 15 meses por el mundo estuve haciendo cuentas de cuanto dinero gasté, les puedo decir que con el monto que gasté un turista podría tomar 4 meses de vacaciones para visitar destinos similares. Ahora si asumo que esta persona quiere gastar el tiempo que yo gasté en vacaciones necesitaría mis mismos 15 meses, por lo tanto si combino el monto gastado y el tiempo de mi viaje (y tengo en cuenta el régimen laboral en Colombia) llego a la conclusión que mi viaje me ahorró 10 años de vida. Claro durante este tiempo dejé de comprar un carro, invertir en un apartamento, casarme o tener hijos pero creo que por ahora puedo vivir sin eso.
Ahora, si tengo en cuenta que un viaje de largo plazo elimina la presión de correr de un lugar a otro y acostumbra al cuerpo a viajar, tendría que sumar otros cuantos años a la cifra anterior por el stress que no asumí.
Se asume un mayor número de riesgos porque en un viaje no organizado por una agencia se debe estar pendientes de muchas variables, pero ¿Creen que vale la pena correr este riesgo por prolongar sus vidas al menos 10 años? Yo si.
2. No necesitas pagar por felicidad, nosotros mismos somos generadores de ella
Antes de empezar mi viaje me consideraba una persona feliz, lo tenía todo: un lugar para vivir, un carro para movilizarme, un trabajo que cualquiera soñaría y personas en quienes confiar. Me daba mucha pena aquellos que no lo tenían, aquellos que ante la soledad gastaban toneladas de dinero en sicólogos, terapias de ayuda, regresiones y los nuevos productos creados para enseñar el camino a la felicidad.
A medida que pasaba el tiempo enfrenté momentos de soledad, desesperación e impotencia por no tener esto que me daba felicidad en el pasado. Sin embargo el camino me enseñó que la felicidad siempre está dentro de nosotros, solo necesitamos ser capaces de activarla, ser capaces de decir "puedo ser" en vez de "mi vida se acabó".
¿Le quieren pagar a alguien? Entonces ofrezcan algo a esos amigos que se encuentran luego de haber dejado de hablar por años, a los niños que siempre están dispuestos a jugar sin importar de que lugar del mundo sean, a las personas que los reciben en sus casas esperando que coman todo lo les ofrecen, a esos desconocidos que les brindan una amistad, a las personas que los admiran solo porque añoran las oportunidades que ustedes tuvieron, a su familia que siempre espera una llamada o un mensaje de ustedes.
¿Aún siguen infelices? Vayan a un espejo y aprendan a sonreír, disfruten de esos segundos en los que son capaces de aceptar que el tiempo no pasa sin dejar secuelas y sean capaces de burlarse del tiempo porque nadie más les enseñará a hacerlo.
3. El mundo no es tan grande
5 continentes, 43 mares o 194 países, créanme, el mundo no es tan grande. Antes de salir de América ya sabía que no sería capaz de recorrer ni una pequeña parte, el mundo era enorme y el solo hecho de imaginarme en el otro lado de éste, era parte de un sueño que fácilmente se fragmentaría. Sin embargo empecé a recorrerlo, aviones, buses, trenes, moto, barcos, lanchas, canoas, bicicletas y hasta camellos me ayudaban a acortar el camino. Luego empecé a escuchar otros idiomas, a perderme en los símbolos de los anuncios y a actuar como un ciudadano del mundo, uno de esos que acepta que la esfera tal vez no es tan grande como parece.
"En el camino todo es próximo. Las personas dicen que estuvieron en lugares que nunca imaginé y luego de dos indicaciones ya estoy allí. La postal que alguna vez tenía un hombre blanco de ojos azules, es reemplazada por la presencia de un latino con una gran sonrisa, la sonrisa típica del viajero"
¿Cuantos países visitaste? Es la pregunta que todo el mundo me realiza y a la que contesto "no se, me gustaría recordar a cuantas personas conocí". Porque después de pensarlo un poco, me doy cuenta que cuando recuerdo a las personas es más fácil recordar los lugares y de igual forma, cuando me reencuentro con uno de estos viajeros a miles de kilómetros de donde nos conocimos, me reencuentro con estos lugares, me doy cuenta que el mundo no es tan grande.
4. Los viajeros nos convertimos en héroes
Antes de iniciar el viaje era un loco, alguien que no valoraba lo que tenía, que botaría su vida por el balcón y que iba en busca de peligros que no tenía en mi hogar. Eso era lo que me decían los más pesimistas. Sin embargo un pequeño grupo pensaba que con la novedad de la decisión llegarían grandes cosas. Nunca fui tan optimista.
Al pasar del tiempo me daba cuenta de que aunque ya no tenía la estabilidad económica de la que gozaba, tenía mucho que dar a las personas que conocía en el camino: Un saludo, un gracias o un adios acompañado de una sonrisa era la llave de entrada para ayudar a cientos de personas que sin saber porque, veían en mi un modelo a seguir, alguien que había viajado miles de kilómetros solo para compartir con ellos.
El tiempo pasa y la confianza, el valor y la humildad aparecen. Estos son algunos de los poderes que los viajeros adquirimos o simplemente re descubrimos. Dado que esta evolución de valores es progresiva, nunca nos damos cuenta de lo que estamos viviendo hasta que no tenemos contacto con alguno de esos que nos despidieron meses atrás. Cuando esto pasa, es cuando la gloría aparece. En vez de lamentarnos por renunciar a la libertad del camino, nos enorgullecemos de las historias que recogimos en nuestras aventuras, porque muchas de estas dan esperanza. Y es en ese momento en el que la admiración de otros por haber hecho una locura, aparece.
Alguna vez a un super héroe le dijeron que detrás de un gran poder venía una gran responsabilidad. A nosotros, los que estuvimos explorando el mundo, el camino nos ha dicho que detrás de una gran aventura hay enseñanzas por compartir.
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