Habían pasado un par de semanas desde que volví de mi viaje
de 15 meses y ya parecía que la ciudad me había absorbido. Durante mis viajes
he conocido a muchos que hablan del “síndrome del eterno viajero”, aquel que
nace del choque entre la aventura del camino y la monotonía de la ciudad. Este síndrome
es tan común, que la gran mayoría de viajeros sufren constantes depresiones y
dilemas existenciales en los que ¿Quedarse o volver? Será la eterna pregunta. Sin
embargo nadie me habló de la otra cara de la moneda, aquella en la que nuestros
“hogares” nos absorben tanto que recordamos lo que éramos antes y hace que
nuestros cerebros borren todo lo que vivimos en el camino.
Después de esas dos semanas mi mente seguía confundida porque aún no hallaba su lugar hasta que un mensaje apareció en mi bandeja de entrada “quieres ir a Medellín?”. Mi mente se despejó, mi cuerpo se reactivó y la curiosidad por una nueva aventura se encendió. Sin pensarlo dos veces acepté la invitación misteriosa que el camino me había hecho. Nunca les conté pero algo que aprendí en mi tiempo de nómada por Asia fue que el camino siempre nos pone señales para que no nos perdamos. Un día, cuando estaba perdido en un pueblo de Tailandia en busca del Buda más grande del país, le pedí ayuda al cielo. Luego de bajar mi cabeza vi una hoja de papel y recordé la tinta y pinceles que quedaron de mis clases de caligrafía china en Singapur, así que escribí “Wat Muang” en el trozo de papel y luego de un rato un hombre me llevó a mí, a mis 14 kilos de equipaje y a mi letrero al Buda, el camino nunca se equivoca.
Una vez en Medellín tenía que descubrir quién era mi
anfitrión, ese que no solo me montó una vez más en un avión sino que también me
puso en un hotel de lujo, uno de esos que no suelo usar cuando voy con mi
mochila. Tomé mi maleta y fui a encontrarme con mi gran amigo Jorge Bonilla y a conocer a Annie Burbano, la CEO de
TurisTIC, quien me había invitado a participar en el V Encuentro Nacional de Bloggers, un encuentro en el que tuve la
oportunidad de conocer a otros como yo, otros que un día decidieron renunciar a
sus sueños para hacerlos realidad.
A medida que escuchaba a los ponentes no solo sentía que estaba
creciendo por las experiencias y conocimiento compartido sino que me preguntaba
cómo es que éstos y muchos viajeros habían resuelto aquel síntoma, el del
viajero, y aún podían vivir en paz. Luego de un rato recordé las palabras de
Eric, un portugués que conocí en Tailandia “la aventura sigue siempre, volver e
integrarse es parte del viaje, un viaje que va más allá de lo físico, el viaje
del autoconocimiento”.
-Freddy, es tu turno - Me dijo Annie interrumpiendo mis
reflexiones de media tarde. Aunque durante los últimos 9 años había dado
cientos de charlas, capacitaciones, y argumentando el porqué de mis decisiones
financieros frente a cientos de personas, ese día, cuando tuve que contar mi
experiencia me sentí pequeño otra vez. Empecé con la voz entrecortada y mis
palabras se mezclaban al tratar de salir, sin embargo cuando levanté mi mirada
y me di cuenta que aquellos viajeros, con sus historias increíbles, estaban
atentos a lo que yo decía, mis nervios se fueron y simplemente conté mi
motivación de viajar, la motivación de vivir.
El camino es muy grande, siempre muestra señales aunque
pocas veces tenemos el tiempo para verlas. Hoy el síndrome del eterno viajero
es solo un título, un cliché o una anécdota más para contar porque en el
momento en el que los viajeros somos capaces de encontrar en el día a día una
aventura, cualquier inconformidad o anhelo de libertad se calma. Las personas
son lo más importante y por eso agradezco a esas personas que participaron en
el encuentro organizado por TurisTIC por convertirse en una señal más de ese
camino que hasta ahora empieza a abrirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario