Diagnóstico reservado
Así fue como llegué al doctor. Luego de una serie de exámenes tenía que ver al especialista, no podía ocultar mi nerviosismo, ese que me hace comer como desesperado y pensar sobre la vida (más de lo normal). Así que tomé una bolsa de pan, unas bananas y ahogué mis penas en la gula.
El médico, el doctor Yun, era el personaje perfecto para empezar este capítulo de mi vida:
Seguramente un día, el mejor de su clase, el pequeño Yun había decidido que sería doctor para salvar la vida de aquellos que no eran capaces ni de tomar un comprimido para el resfriado. Yun siempre fue criticado por ser el más pequeño en todo, en los bazares, en el equipo de fútbol, en el baile de la escuela, Yun nunca fue el más importante. Sin embargo al graduarse de la escuela de medicina todo cambio. Yun era un cirujano, conocía el riñón a la mínima expresión. Las nefronas eran el pan de cada día y nunca le temería a un trasplante de último minuto.
Pues ese Yun, el pequeño, vestía una bata que le quedaba unas 3 tallas más grandes. Sus ojos achinados se escondían detrás de unos anteojos que apenas y cubrían su pequeña nariz thai. No sabía sí reírme por la imagen de este niño superdotado o preocuparme por lo que haría en mi sistema urinario. El diagnóstico uno sólo: deberían extraerme el cálculo de 7mm que estaba atascado en la uretra.
Sí mañana muriera...
No es que a los latinos nos encante el drama, como repetidas veces me lo han dicho en mi viaje, simplemente nos gusta evaluar todos los escenarios posibles ante una situación. Al saber que tendría una uretroscopia imaginé como sería la vida si sólo me quedaba un día. Pensé en lo triste que sería morir lejos de casa, en la cantidad de proyectos sin ejecutar que aplacé por pensar en el mañana como algo permanente. Así que tomé una hoja y escribí los deseos que llevaría a cabo si tuviera la oportunidad de vivir un día más: viajaría com mis padres, ayudaria a mi hermano a construir un negocio, ayudaría a la gente a encontrar formas de trabajo sostenibles, viajaría con mi novia, reiría más, reiría mucho más.
Le dije a Nuria que no me quedaría en el hotel deprimido. Así que nos fuimos a ver luchas thais. Me parecía increíble que en un rin improvisado organizaran noches de lucha con 7 peleas. Niños desde los 6 años hasta invitados extranjeros pelearían esa noche. Antes de la pelea fui a ver a los peleadores en su preparación, me di cuenta del miedo de unos y de la exitación de otros. Los niños eran niños que tuvieron que madurar sin elección. Los adultos fueron niños que hoy sólo pensaban en hacer daño.
Las peleas empezaban y me di cuenta como la lucha había dejado de ser un combate entre dos para pasar a ser una extensión de la cultura thai. Padres y amigos aconsejaban a los peleadores antes de la pelea. Durante el combate los peleadores sólo pensaban en como conseguir la victoria, en no olvidar lo aprendido y en escuchar los gritos de aliento. Al final, luego de un knock out, el ganador se aseguraba que el caído estuviera bien, al final sólo era un juego.
Luego del evento, fui a mi hostel, a iniciar mi propia pelea. Tendría que hacerme un lavado como preparación para la cirugía. Ese fue el día en el que perdí mi hombría.
Los árboles mueren de pie
Ya tenía mi batica verde y hacia competencias en mi silla de ruedas con una viejita que seguramente se preguntaría "este loco de donde salió". Luego de tomar unas fotos ya estaba listo para la cirugía.
Fue tal y como me lo imaginé. Luego de ser acostado en una camilla y pasar por múltiples puertas llegué a la sala de cirugía: televisores, camas, utensilios y luces hacían del lugar el set de grabación perfecto para una película Gore. Al cabo de unos minutos llegó el anestesiólogo y me preguntó si quería ver la cirugía o si quería dormir, a lo que le respondí "si vine a Tailandia para ser operado de cálculos renales, no me lo voy a perder". Luego de tres pinchazos en la parte baja de la columna vertebral mi cuerpo se dormía. Sentía que toda mi parte baja se debilitaba y al final quedé invalido. Es la peor experiencia de toda mi vida, sentir que sabes que hay una parte de tu cuerpo que no puedes dominar te da esa sensación de impotencia que los seres humanos odiamos.
Al cabo de un tiempo me taparon la visión y sabía que empezaba la cirugía. Sentía como mis líquidos se escurrían por la camilla mientras que el sonido de dos médicos thais me dejaban imaginarlos a ellos con largos tubos en sus manos. Yo hablaba con el anesteciologo sobre su vida en Tailandia, sobre como mi viaje se había complicado por culpa de lo cálculos y sobre como iba la operación.
De repente mis ojos fueron descubiertos y el doctor dio la orden de mostrarme el monitor. De allí en adelante vi como el doctor Yun, ese niño jugaba con unas pinzas y una cámara en mi uretra como si quisiera alcanzar un premio. Cuando finalmente alcanzó la roca, esta no salía. Mi cuerpo se ponía frío y empezaba a temblar pero no podía hacer o decir nada, estaba en el momento crucial, cuando por medio de láser romperían la piedra. Mi cuerpo estaba aún más frío, congelado como en los himalayas cuando apenas y podía moverme, pero no podía hacer nada, shocks de electricidad viajaban en mi cuerpo, los sentía en el cerebro. La roca fue rota y luego de que el tercer fragmento fue retirado dije: tengo frío.
Según el doctor Yun la cirugía fue un éxito. Ahora debería pasar una hora en observación mientras que la anestesia salía de mi cuerpo. Al principio pensaba sobre mi familia, sobre que estarían haciendo mientras yo reposaba en esa sala solitaria. Luego cuando una de las enfermeras se acercó a mi empecé a hablar sobre los viajes, ella me mostró las fotos de su último viaje en Japón y sabía que quería ir allá. Me habló sobre su familia y luego de un momento de reflexión le pedí morfina, el dolor era insoportable. Era la primera vez en mi vida que me inyectaban con morfina y entendí el porque de su fama, mi cabeza voló sin que mi cuerpo dejara el hospital. Ilusiones e ideas locas iban y venían.
La mejor enfermera del mundo
Ya no me importaba el dolor, escuché que se me asignaría morfina cada 4 horas. Al llegar a mi habitación vi la cara más preciosa del mundo inundado por la preocupación. La turista que conocí en ese restaurante en ese pueblo en Nepal, esa que ahora era mi novia, estaba de pie, esperando que llegara. Verla me llenó de energía, sabía ahora que no estaba sólo. Sabía que el viaje me había enviado alguien especial para cuidarme.
Los días siguientes fue mi apoyo, Nuria, se convirtió en esa persona que no pedía nada a cambio y por el contrario me hacia regalos. Sólo le interesaba mi bienestar, algo extraño para alguien que no estaba acostumbrado a compartir mucho tiempo con las personas. Lastimosamente ella no me pudo cuidar de la extracción de los tubitos que reposaban en mi uretra, mi hombría volvió.
Ya era momento de dejar el hospital y pasar los siguientes días de recuperación en el hostal. Dado que mi enfermera no me dejaba moverme, aprovechaba las mañanas para escaparme a caminar un rato mientras ella dormía. A esa hora, los monks mendigaban comida por toda la ciudad a cambio de oraciones. Era de los pocos momentos en los que la ciudad mostraba la verdadera cara de Tailandia y no había ningún turista alrededor.
Aunque seguía adolorido, era momento de dejar Tailandia. La sed de aventura se apropiaba de mi y me llevo hasta un bus, que luego de una escala en Chiang Rai para ver el majestuoso templo blanco, nos llevaría a la frontera con Laos.
Tailandia fue un país que me acogió por casi dos meses. Un país que el turismo ha absorbido, un país que difícilmente muestra su verdadera cara por lo que hay que aprender a descubrirlo. El país de las sonrisas me empujó a aprender algo de su idioma, a cambio me dió una cara amable y honesta. Ese país de la melodía eterna me mostró lo que el turismo bien organizado puede hacer, ser el motor económico de un país pero a la vez esconder algo de su identidad.
Gracias Tailandia! Ahora a descubrir el país de al Lao!
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