noviembre 08, 2013

India: Los colores del desierto


Habían pasado casi 23 horas desde que había tomado mi bus al estado de Rajashtan, el estado de colores de la India. El bus paró a las 3 de la madrugada por un par de horas porque el conductor tenía sueño, tuve que estar en un embotellamiento por unas 2 horas porque estaban reparando un puente, gasté 3 horas más esperando que el bus se llenará de pasajeros para volver a arrancar, y finalmente un árbol que cayó frente de nuestro bus, demoró ese viaje que parecía interminable. El largo camino valió la pena.


Operación tormenta en el desierto 



Eran las 11 de la noche, mi rickshaw paseaba por los estrechos callejones de Udaipur en busca de hospedaje. 

"!Un momento, hemos llegado!" Dije mientras alistaba mi guía para encontrar aquel lugar donde conocería a mis colegas en esta nueva misión.

Tras 15 minutos de búsqueda, me invadió la ansiedad, sabía que no había espacio para errores. Así que me dejé guiar por mi instinto y toqué la puerta del marco con dioses gravados en madera. "Blanco es, gallina lo pone" Dije. La clave fue la correcta y luego de desactivar los controles de seguridad salió un hombre de 1,60 de altura, piel morena, cabello negro y liso y ojos grandes, al parecer era Indio. Luego de cruzar algunas palabras me di cuenta que estaba a salvo, tal vez podría descansar unas horas, nunca es fácil.


No me sentía seguro en la ciudad, aún no encontraba mi equipo y no queria ser un blanco fácil. Sabía que había sido entrenado para viajar sólo pero esta misión era diferente, debería reunir un equipo que estuviera dispuesto a viajar a Jaisalmer con un solo objetivo: ejecutar la misión "tormenta en el desierto". En el mercado encontré a unos niños que me miraban diferente, al parecer no sabían que era un espía. Jugaron conmigo y yo les tomé algunas fotos, seguramente sería útil enviar algo de evidencia a "M", ella siempre necesita controlarme.


"¿Que rayos es esto?" Grité mientras corría, me habían descubierto. Los niños era un señuelo para revelar mi identidad. Un elefante, que parecía blanco, corría a mi espalda mientras yo trataba de bloquear su paso con frutas y verduras que encontraba a mi paso. Cuando sentía que su trompa tocaba mi espalda, tomé unas rupias y se las boté al Sadu que cargaba en su lomo, este detuvo al animal y yo estaba a salvo. Al rato, llegué a un lugar oscuro donde encontré a mi contacto. 


"¿Estas bien 007?" Dijo el Indio disfrazado de vendedor de saris blancos. Mientras recuperaba mi aliento conocí a Samuel, un venezolano quien me compartió su experiencia en EEUU y quien me puso en contacto con el resto del equipo. Al día siguiente ya éramos 7, dos días después éramos 10. Luego de 4 días decidí que Sebastian (un colombiano) y Matias (un argentino) serían mi equipo en el resto del viaje por Rajashtan, sentía que podria confiar en ellos para llevar a cabo esta misión. nos preparamos durante dias para la tormenta en el desierto.


Mientras salíamos de Udaipur empecé a ver la ciudad de otro color,  un blanco que adornaba todas las casas y palacios. También vi las famosas pinturas en miniatura que cuentan historias de la cultura rajashtaní. La arquitectura de las casas que rodeaban el gran lago hacia ver a la ciudad como una de las más románticas donde estuve antes. Al leer los letreros de los hostales y restaurantes, siempre encontraba la palabra "Octopussy" y fotos de actores britanicos famosos, en ese momento me di cuenta que había estado en la ciudad donde se filmó una de las películas de James Bond.

Pitufilandia



Una de las series que más había odiado durante mi niñez fue la de los pitufos, esos duendes azules con pantalones y sombreros que peleaban contra un brujo y su gato, se veian gigantes ante los pitufos. Ellos vivían en Pitufilandia, un lugar donde no se veían mujeres, donde todos los pitufos se querían abrazar y donde no había espacio para las peleas. 


Sebastián, Matías y yo, llegamos a un lugar donde no se veían mujeres en la calle, los hombres caminaban tomados de la mano, habia un palacio y un fuerte que parecían dos gigantes que vigilaban a la ciudad y donde la mayoría de las casas eran azules.


El sueño de ser agente había quedado en Udaipur porque ya me encontraba Jodhpur, el lugar donde el azul del cielo se confunde con el azul de la ciudad. En este lugar el fuerte que se encuentra en lo más alto de la colina, fue el hogar del Maharaja, el rey que durante años ha guiado a su pueblo. Aunque hoy en día el Maharaja no vive en el fuerte y ya no se le ve montando elefantes (a no ser que sea una ocasión especial), éste sigue guiando a su pueblo, estudia en el exterior y se encarga de llevar a cabo programas de impacto social, es el nuevo concepto del rey en la India.


A pesar de ser una ciudad turística, hay oportunidad para perderse en las calles y conocer a los locales, jugar trompo con los niños y compartir un thali con una familia. 

En el hostal donde nos quedamos tuve la oportunidad de conocer un poco más sobre la mujer rajashtaní. Ellas no sólo tienen la fuerza de la mujer, ni la belleza de la mujer del norte, también tienen como característica principal a la astucia, esa que les ayuda a no quedarse detrás de los hombres, algo que no se ve muy a menudo en la India. Estas mujeres son capaces de evadir la palabrería del latino y hacer que juegue a su favor, fueron las primeras que hicieron que el juego estuviera a favor de ellas.

La leyenda del dorado

Cuenta la leyenda que hace muchos años, en un lugar de Colombia, los caciques se dirigían a las lagunas y depositaban su oro, un oro que con el tiempo formó una ciudad, una ciudad que brilla por su color dorado. Esta ciudad todavía no se ha encontrado.


Cuenta la leyenda que actualmente, en un lugar de la India, existe un pueblo donde el color de sus casas se confunde con el color de la arena del desierto. Esta ciudad toma el dorado de esta arena, un color que brilla tanto como el alma de sus habitantes. Esta ciudad se llama Jaisalmer.


Aunque el lugar es muy turístico, es imposible no dejarse contagiar por la magia del desierto. En cada calle el dorado se resalta con la intensidad del sol. Los camellos nos recuerdan que hay dunas por explorar y la astucia del rajashtaní nos recuerda que los indios son negociantes natos. Uno de estos negociantes nos contacto desde Jodhpur para que nos quedáramos en su hotel. Nos recibió con un letrero con el apellido de Matías en la terminal y nos llevó en auto a un hotel donde pagaríamos 100 rupias entre los 3. Era tan ridículo el precio y el discurso que nos daban (exactamente igual al de todos los demás), que nuestra malicia indígena nos dijo que algo no andaba bien, escapamos de la tentación de pagar poco y fuimos a un nuevo hotel. En este lugar negociamos los precios de la habitación y un tour por el desierto, al final obtuvimos un precio sudamericano, ese precio que está casi a la par de los precios locales.


Junto al colombiano, argentino y al colombo-venezolano, se unieron 3 chilenos (Jesú, Antoniay Juan) Las historias de viajes adornaban el camino en jeep al desierto. Los camellos nos esperaban bajo el intenso sol, ese que nos acompañó durante un par de horas hacia nuestro campamento. Mientras esperábamos una cena India que se preparaba en una hornilla, el sol caía en el horizonte, una a una las estrellas aparecían en ese fondo negro que nos recuerda lo inexplorado que es el universo.

Luego de comer, el desierto rajashtaní empezaba a conocer la fuerza del pueblo sudamericano. Esos mal llamados "sudacas" por algunos, estaban festejando el reencuentro de un continente al otro lado del mundo. Esos, que se arriesgaron a viajar a la tierra del curry, cantaban y bailaban al son de un son que vibra en lo más profundo del alma. Esos sudamericanos serían la envidia de cualquier pueblo, sin embargo ellos lo hacían en un lugar donde nadie se daría cuenta de esto, conocen lo que es la humildad. Esos hispanohablantes se dieron cuenta del poder de su lengua, y del amor por sus hermanos, unos que aunque tengan diferentes acentos y nacionalidades, tienen el mismo color de su sangre. Luego de la fiesta, esos latinos durmieron bajo las estrellas, algo que no cambiarían por el mejor hotel del mundo, porque ese cielo se ve igual en sus países de origen, esos que aman con todo su ser.


Una a uno empezaron a irse. Las despedidas son tristes cuando se sabe que no se volverá a ver al otro pero cuando se despiden sudamericanos es un motivo para estar felices, porque aunque estemos tan lejos y en un continente tan grande, sabemos que un hermano es alguien al que se debe visitar. Así que nos despedimos con un hasta luego.

Luego de tomar un té y recibir un turbante de un nuevo amigo indio, ya estaba sólo y con el reto de viajar unas 30 horas a Varanasi, lugar de donde viajaría a Nepal. Al tomar el tren vi a una pareja de viejos que eran despedidos por unas 30 personas entre flores, me senté en el asiento 41 del vagón S5 y vi el color rojizo del cielo de las 6 de la tarde, ese que nunca volví a ver.


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