Ay hombre, por donde empezar, por donde empezar...
No puedo decir que mi viaje a la India me ha cambiado como les pasa a muchos extranjeros, porque en mis países de origen, las personas también sufren de hambre y el sufrimiento de verlas no es nuevo para mi. Las personas viven cada día como si fuera el último e imprimen alegría en cada cosa que hacen, acá en la India también. No puedo decir que me volví más religioso porque no lo hice, respeto su cultura y me admiró la devoción que los fieles le tienen a sus dioses. No puedo decir que no encuentre un lugar que me ponga a reflexionar menos que este país porque aún no conozco el mundo entero. Y no puedo decir adiós porque definitivamente la India tiene algo especial que no deja de sorprender a las personas en cada minuto, algo que nos hace volver.
Hasta luego a las grandes ciudades, esas que me enseñaron que algo de concreto, bocinas de autos y millones de personas movilizandose a cada minuto, puede llevar mi stress a niveles nunca antes vividos, un stress que despertó mis sentidos.
Hasta luego a las campanas y plegarias a la madrugada, esas que sin saber que significaban me invitaban cada día a dar una oración al cielo. Cuando no las oía, sabía que en algún lugar no muy lejano, alguien estaría orando por un día mejor.
Hasta luego a la multiculturalidad, esa que luego de unas semanas hizo que me sintiera en casa, esa que hace que musulmanes, hindúes, cristianos y budistas vivan entre si, aceptando que hay varios caminos para llegar a un Dios.
Hasta luego a los paisajes inigualables de la India, tanto los naturales como los construidos por el hombre. Cuando pensaba que había visto algo grandioso, tenía que tragar mis palabras y aceptar que la India nunca me dejaría de sorprender.
Hasta luego a los sabores, esos que encontré en restaurantes callejeros y en los de más alta elite. No importaba cuantos ceros tenía la cuenta, en la cocina todos los indios son iguales.
Hasta luego a la infinidad de colores. Los vi en los vestidos de las mujeres, en las camisas de los chicos, en los zapatos de las jovenes, en los techos de las casas, en los rickshaws, en cada plato donde comía, en las diferentes ciudades, en los animales que corrían a mi lado cuando aún yo tenía miedo, pero sobre todo los vi en las personas, esas que en cada región tenían un tono de piel especial.
Hasta luego a las largas conversaciones con mis nuevos amigos indios, esos que me entregaron su confianza y sinceridad a cambio de nada. Eso de que los indios son unos interesados sólo porque eres extranjero es una mentira, espero no volver a oír eso.
Hasta luego a los 118 crores de Indios, porque siempre me regalaron una sonrisa, me pidieron una foto, me ofrecieron un te, me guiaron a mi destino, me preguntaron donde era y si ya estaba casado. A ellos les doy felicitaciones porque tienen un país que no se repite en ninguna parte del mundo, tienen la pureza de un pueblo que no es mendigo. Por el contrario es un pueblo que le saca negocio a todo y que aunque algunos dicen que son perezosos, es mentira: en la India siempre habrá personas trabajando las 24 horas del día.
Les prometo que volveré. La próxima vez no seré tan turista, seguiré intentando ser más viajero y porque no, ser un local. Finalmente entendí porque siempre me decían que parecía indio, porque definitivamente querían que me sintiera en casa.
Gracias y hasta luego...
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