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octubre 14, 2013

India: Una ruta única, mil personas diferentes


"Algo grande iba a pasar", fue lo que pensé cuando empecé esta parte de mi viaje en la que no iba a contar con el apoyo de alguien. Pasaban las horas en el bus hacia Mysore y pensaba en como sería estar sólo por tanto tiempo. Ya lo había vivido muchas veces, pero nunca en un lugar donde la comunicación fuera tan difícil.


Luego de encontrar literalmente "una ratonera" de hospedaje, donde los vidrios rotos y sus paredes descoloridas me recordaban aquel videojuego "Resident Evil", fui a comer sólo por primera vez en la India. El thali que pedí nunca me supo tan desabrido y la comida nunca fue tan corta como aquel día. La tarde fue larga como nunca y en cada esquina veía más de lo mismo a pesar de que sabía que estaba en un lugar con paisajes impresionantes. Era tal el aburrimiento que decidí ir a un café internet a quemar el tiempo, sin embargo ese día estaba cerrado, fue lo que me dijo un viejo con turbante que me detuvo en su tienda, ¿más de lo mismo?.

El hombre del turbante naranja



"No quiero comprar nada" fue lo que le dije al viejo que ridículamente vestía un turbante naranja. Sin embargo el me miró y empezó a preguntarme sobre mi vida, sobre mi viaje y sobre el porque una persona como yo estaba sola. Yo sabía que estaba sólo porque no fui capaz de viajar con alguien más,  pero nunca se lo diría al hombre que en ese momento empezaba a sacar una flauta. Aquel hombre me dio un concierto de unos 3 minutos, seguido de un chicle de menta y finalmente una clase de como hacer un turbante. Allí estaba yo, ridículamente vestido como aquel viejo, esperando a que el hombre me hiciera un poco más la conversación dado que ya estaba a gusto en esa pequeña tienda. Luego de hablar un poco más, el viejo se despidió con una frase que me quedó sonando en la cabeza: "una persona con tu alma no puede estar sólo, así que cuando vuelvas a tu país debes encontrar una mujer".

Mientras caminaba de vuelta al hospedaje para dejar la papaya que compré en la calle, pensaba en eso de no estar sólo. El viejo me había dicho que a veces debemos darle la oportunidad a las personas de compartir ese ser especial que somos, así que dije "¿porque no?".


Me topé con uno de los tantos vendedores de esencias y drogas que hay en Mysore y le seguí el juego. Me enseñó la ciudad, me explicó sobre a importancia del cumpleaños de Ganesh (que empezaba aquel día y duraría casi dos semanas) y cuando empezó a venderme cosas, lo dejé. 


Era ya la tercera noche y había seguido a otros 4 vendedores más, con cada uno aprendía un truco diferente de como atrapar turistas y venderles cosas, lastimosamente ellos no entendían que yo venía de un país "en vía de desarrollo" y por tanto mi nivel de gasto era mucho menor al del turista medio. Esa noche me acosté junto a mi papaya y los ratones que ya tiernamente saludaba mientras el olor a comida entraba por las ventanas rotas. Luego de una hora de soportar aquel ambiente sórdido, salí a ver de donde venía el olor. Mi sorpresa fue grande cuando vi que justo al pie de mi cuarto, se estaba celebrando el cumpleaños de Ganesh con comida y baile que luego de unos minutos empecé a disfrutar dado que aquellos hombres gentilmente me invitaron.


Al día siguiente fui a un templo en una colina donde conocí a Ema e Inma, dos españolas que hicieron de mi día una jornada refrescante para aquel viajero que debe hablar inglés durante semanas olvidando a veces lo hermoso que es la lengua española.


Cuando me preparaba para ir a Hampi, empecé a seguir un desfile de 10 elefantes que me llevaron al mercado principal. Allí conocí a los vendedores de esencias y telas con los que gasté todo el día. Se que no debí comprar tantos aceites y mucho menos un Sari (tela para vestidos típicos de las mujeres indias) pero el tiempo que estuve con aquellos comerciantes fue tan gratificante que vi en las compras una forma de agradecimiento. Mysore era un lugar que poco a poco me mostró que el caminante está rodeado de personas todo el tiempo, sólo hay que darse la oportunidad de conocerlos y aprender.



Personas simples, lugares increíbles. Digo: lugares simples, personas increíbles 



De camino a Hampi debía hacer escala en Bangalore. En el bus conocí a Anand, mi primer amigo Indio. El me acompañó durante todo el día y me invitó a almorzar. Dado que era la primera vez que almorzaba con un indio, para mi fue extraño cuando Anand se quedo mirando mi forma de comer con la mano. Me detuvo y me dijo que no podía andar por la India comiendo como un pordiosero, tomó un trozo de Roti y luego de mojarlo en el pollo al estilo manchurian, me mostró la forma adecuada de comer. Volvimos a la terminal y antes de tomar mi autobús, me invitó a su matrimonio el próximo año. 


Ya en Hampi, esperé durante unas 3 horas antes de que amaneciera para buscar un hotel. Unos niños que esperaban el camión de periódicos, me acompañaron durante un tiempo en el que les enseñé la música de mi tierra, ellos preferían el rock norteamericano. 


Tuve la suerte de quedarme en la casa de una familia humilde donde compartí las mañanas jugando con el hijo, las tardes discutiendo con el esposo, las noches escuchando las quejas de la mujer y uno que otro rato espantando al gato. Debo admitir que aquellas personas, tan simples como parecían, me llenaban y enseñaban más que cualquier libro que hubiera tomado en los últimos meses. Cuando conocemos la vida de alguien, que no es tan fácil como la nuestra, aprendemos a valorar más lo que tenemos.


Me tenía loco aquel lugar, no sólo por su belleza sino por el hecho de que no hubieran más de 5.000 personas, algo que no es común en un pueblo en la India y que es necesario luego de estar en megaciudades de 20 millones de habitantes. Los paseos en bicicleta y la oportunidad de conocer a algunos viajeros como Sam, un suizo que me acompaño durante un par de días, hacían que la percepción del tiempo fuera menor, la estaba pasando bien.


Como sí la gente y el lugar hubieran sido poco, tuve la oportunidad de vivir la celebración del cumpleaños de Ganesh. Los indios bailaban ante la figura del Dios con cabeza de elefante mientras las mujeres iban a sus casas a pasar la noche con sus hijos. La fiesta se extendió por más de tres horas hasta llegar al rio donde las plegarias se empezaron a escuchar antes del momento crucial, cuando Ganesh se sumergía lavando los pecados de sus seguidores.

No vine a buscar fiesta, sólo indios en la playa



Siempre que alguien dice la palabra Goa se relaciona con fiesta. Y es que la región de la India con dicho nombre fue el punto de encuentro durante décadas de los hippies, que a mi llegada, no habían dejado muestra alguna. Y la verdad ni me interesaba, mi intención era la de conocer la fama del lugar, de su comida y sobre todo su gente.


Ir a una playa y ver a las mujeres en vestidos, que no muestran mas que los pies y manos, tomando un baño a la orilla del mar no tiene precio. Ver a los grupos de amigos mostrando su valentía por entrar a más de 10 metros de la orilla es admirable dado que la policía siempre los está vigilando para que no lo hagan (recuerden que la policía puede llegar ser muy fuerte en a India).


Como en cualquier playa, las familias hacen castillos de arena. Como en cualquier playa, los jóvenes juegan tenis. Como en cualquier playa, los vendedores de pulseras y snacks están por doquier. Como en cualquier playa, ¿las vacas están a la orilla de mar?. Alcohol y sexo se consigue en cualquier lado por lo que Goa sería una región de playas más, sin embargo encontrar seres sagrados a centímetros del mar es una imagen que no se ve en lugar alguno en el mundo.


La comida callejera puede llegar a ser una de las mejores que haya probado y es que los cocineros se lo toman en serio. No es calentar y ya, es capturar la atención del turista y hacer que vuelva al mismo lugar y coma uno de los tantos platos a base de pollo que pueden ofrecer. Y si no es suficiente, Goa siempre tendrá restaurantes donde los mariscos se fusionan con la mezcla de especies para generar un festival de sabores.

Luces, cámaras, ¡acción!


De de las mejores llegadas a la madrugada que tuve en India. Sentía que llegaba a una ciudad de futuro, de esas caóticas que nos muestran en las películas con grandes edificios, pero en realidad llegaba a Mumbai.


La ciudad de 16 millones de habitantes que hablan hasta 4 idiomas y viven en 444 kilómetros cuadrados lo tiene todo: playas donde el exceso de basura no es excusa para tomar un baño,  islas para pasar el día conociendo un poco mas de la historia, los mejores centros comerciales así como grandes templos, restaurantes que acaban con el presupuesto de una semana de los mochileros, barrios con extrema pobreza que contrastan con edificios de 60 pisos de alto y claro está, la mayo industria de cine Indio, Bollywood.


Los actores de alta categoría deben pasar por un proceso exigente de formación que no para en la actuación sino que se complementa con técnicas de baile tradicionales, si a lo anterior se le suma carisma ya se es una estrella. Ahora está el "western Market", en el que sólo se necesita ser blanco, rubio o medir más de 1.80 y hablar algo de inglés, con sólo eso ya se puede iniciar una carrera como actor que en algunos casos puede pagar unos 100 USD diarios sin tener mucha experiencia ni preparación.



Al principio es estúpido pensar en que un economista que pasó sus últimos 6 años metido en el sector financiero pueda participar en una película en la India. Es ridículo pensar que alguien que parece indio pueda ser extra por un día y ganar algunas rupias para pagar el hostal. Pues señores, les tengo que decir que descubrí el "Indian dream", aquel deseo de muchos y oportunidad para otros tantos de ser actor. Mi día de fama empezó a las 8 am con otros 7 mochileros en un taxi que nos llevó al bar donde se grabaría la escena. Luego de darnos un suculento desayuno americano y algunos elementos de apoyo, ya estábamos listos para la acción: sólo debíamos bailar en un segundo plano mientras que los actores reales hacían sus monólogos. El break de almuerzo apareció a la 1 pm y luego volvimos a los mismo. Los que me conocen saben que no me gusta la fama, que prefiero e "back stage", por lo que a eso de las 3 pm huí de a "experiencia Bollywood" en compañía de un holandés que tampoco aguantó la presión de la "fama".


Algún día, cuando escriba mi libro, le dedicaré un capítulo completo a Mumbai porque es el lugar donde los contrastes generan un sin fin de sensaciones. Caminar por horas con alguien que vive en la calle (Rose Mary) mientras la gente me miraba me hacia pensar en lo estúpido que era en mi ciudad al negarme la posibilidad de hablar con gente común y corriente. Con Rose tuve una conversación enriquecedora sobre las diferencias sociales en la India. A diferencia de otros que se quejan por su condición de pobreza extrema, aquella mujer sólo me expresó lo afortunada que era por vivir, por poder conocer viajeros, por recibir alguna ropa y finalmente por conocerme. Ella me dijo que no muchos se tomaban el tiempo para dar un paseo y hablar de la vida con ella a lo que respondí "todos somos iguales". Luego de invitarla a almorzar la dejé en la calle donde la encontré y seguí mi camino.

De vuelta al camino

Luego de esa semana en Mumbai era tiempo de tomar la mochila y hacer uno de los recorridos más largo hechos hasta ahora: 28 horas de viaje en tren y bus. La forma de hacerlo más amable fue haciendo escala de un día en Jalgaon, lugar de donde se va a las famosas "Ajanta Caves".


El lugar tiene 30 cuevas que datan de el año 200 A.C. cuando lo monks crearon el lugar para la veneración de Lord Buda. La mezcla de colores de las pinturas en algunas cuevas es impresionante si se tiene en cuenta su antigüedad y la cantidad de años que fueron abandonadas. Las esculturas son imponentes e invitan a la oración. 

El lugar en forma de herradura termina con una cascada donde encontré a una gran cantidad de indios tomando fotos. Ellos me miraban impresionados por mi aspecto de viajero mientras que yo los miraba impresionado por la cantidad de colores que usaban. Una vez finalicé mi visita fui a cenar en compañía de Danny, un español que conocí en la entrada y que luego me acompaño a tomar mi mochila.

Ya en la estación de buses pensaba en lo afortunado que había sido estas semanas al conocer a tantas personas con historias particulares. No sólo eran los viajeros que conocí en los hospedaje o en los lugares turísticos, también fue aquellos indios que me dieron la oportunidad de aprender sobre su cultura. Al final siempre un abrazo y un "gracias" acompañado de una gran sonrisa, era lo único que les podía dar, se que es más que suficiente. 



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