octubre 06, 2013

India: un paraíso llamado Kerala


"Por más que lo intente no consigo pronunciarlo, es Trivacanporum o Trimpuram. Mejor es si la llamamos la ciudad de los cocos, igual hay miles por doquier" fue lo que dije luego de llegar a Thiruvananthapuram en el estado de Kerala. La verdad es que seguía un poco confundido dado que no estaba seguro si haber tomado ese vuelo de mas de 3 horas desde Delhi había sido una buena decisión puesto que al ver el mapa estaba en el extremo sur de la India y la idea era subir más de 3000 kilómetros por tierra hasta Mumbai.



Pero bueno, allí estaba caminando por la ciudad de los cocos. Las millones de palmeras que vi desde el avión me lo habían advertido, sin embargo nunca pensé que fuera tanta la cantidad de cocos que la gente los usara hasta para adorar a sus dioses: compraban unos 5 cocos en las afueras de los templos y los estrellaban contra una pared, yo lo intenté pero el coco no se rompió, hombre de poca fe.

Empezaron las vacaciones




Mientras el rickshaw andaba entre las palmeras que a lo lejos me mostraban el horizonte del mar arábico, pensaba en lo ignorante que era en el momento que pensé que la India sólo era basura, curry  y vacas. Hace algunos meses tenía miedo por no resistir la caótica India y ese día pensaba como haría para escapar de las playas de Varkala, el primer lugar costero que visité en la India.

Una de las cabañas, a escasos metros de la playa, nos recibió en un ambiente donde la tranquilidad de los lugareños se contagiaba a los viajeros que llegábamos con la duda de sí estaríamos en la tierra o más allá de ella.


Aunque parecía un pueblo fantasma, la verdad es que llegar en temporada baja a este lugar era un sueño. Los restaurantes se entregaban a los pocos viajeros para preparar fusiones de peces y mariscos con el tradicional curry indio. Las tiendas de recuerdos se convertían en galerías de arte donde el letrero "no tocar" no existía. Los centros de medicina aryuvedica estaban abiertos a enseñar las técnicas secretas que han pasado de generación en generación.


Caminar  a lo largo de la playa se había convertido en un ejercicio de meditación más fuerte que el realizado en Rishikesh porque estar tan cerca a la gente, a esos indios que de forma tímida se acercaban al mar, a esa indios que sacaban su pesca y luego preparaban sus redes para la siguiente jornada o a esos indios que pasaban el tiempo jugando cartas, esa gente me ponía a meditar más sobre lo simple que era la vida y lo complicada yo la volvía.

Aunque el trader se vista de seda, trader se queda

Apenas había pasado un par de horas en Kollam y como de costumbre estaba pidiendo rebaja en las compras del día: unas manzanas, naranjas y 100 gramos de cashew. Mientras comía la extraña combinación pensaba como me gustaría estar en el mundo de los "osos y de los toros" por un rato. Abrí la guía de viajes y vi que en unas horas empezaría la venta de pescado en el puerto por lo que me dirigí al lugar.


El piso de negociación estaba invadido por toneladas de calamares donde pequeñas subastas a viva voz se realizaban. Los trajes de los traders eran Lungis (una especie de faldita escocesa que rodea la cintura y es usada en todo Kerala) que dejaban ver claramente la diferencia entre el pescador y el negociador. Las computadoras no existían pero en vez de ellas, se utilizaba la formación de precios a partir de la relación oferta - demanda de días anteriores. Algunos usaban celulares para comunicarse con el comprador final mientras que otros, los compradores independientes, tenían el control absoluto de sus inversiones. Fue una refrescante jornada de trading de calamares que terminó con un atardecer en el faro.


Al regresar al centro de la ciudad noté algo que no había visto en mis 3 semanas de viaje: el mercado del oro en la India. Es realmente facinante. Los indios todavia creen ciegamente en el valor de oro como activo refugio y por esta razón compran a sus esposas grandes cantidades de joyas, que en caso de ser necesitadas, son vendidas al precio de mercado. El precio del oro fluctúa con el precio internacional, la única diferencia radica en el valor adicional que el joyero agrega por su trabajo artesanal. Las mujeres en toda la India adoran el oro, no sólo por su valor de mercado, sino por el valor cultural que se ha forjado en el tiempo. Esto lo aprendí luego de pasar una tarde entera en 5 de las mas de 30 joyerias de Kollan, un lugar donde los únicos que hablan ingles son los comerciantes de oro.

Felicidad a la orden del día

Aunque en Kollam tuve la oportunidad de navegar por las backwaters (caminos de agua que bordean pequeños pueblos que se pierden entre las palmeras), en Alleppey encontré las mejores.


Fue uno de esos días perfectos en mi amada India: junto a mi compañera fuimos a desayunar Chai, un omelet con chilly y jugo de mango pasteurizado (el mejor). Mientras que esperaba que repararan el Ferry del gobierno, compraba unas galletas de coco a la vez que un conductor de rickshaw me ofrecía drogas. Una vez en camino, paseamos con los habitantes de las pequeñas "islas" que se forman alrededor de los canales hasta llegar a nuestro destino.


 Chennamkary es un pueblito donde no hay más que una iglesia cristiana, una escuela y un grupo de hostales poco conocidos donde algunos viajeros se desconectan del mundo. Allí tuve una de las conversaciones más interesantes en mi camino, con Thomas, la persona que organiza a las familias para que se promueva el turismo de forma ordenada y sin interferir con la rutina de la población. Hablamos de lo orgulloso que cada uno estaba de sus respectivos países y de como la invasión de la cultura consumista de occidente pone en peligro nuestra riqueza cultural. Lastimosamente la conversación finalizó por un compromiso de Thomas, sin embargo fue la excusa perfecta para tomar un par de remos, la canoa y lanzarnos al agua a remar por algunas horas, horas en las que sentí lo vulnerable que era mientras pasaba al lado de un ferry cargado de indios.


Ya en la noche fuimos a comer a uno de lo mejores restaurantes de la India cuyo nombre olvidé. Tomar peces y mezclarlos con diversos curries fue fácil para ellos. Mantener el sabor típico del roti del norte no les costó ningún trabajo. Crear una malteada de mango fue la clausura perfecta para aquel festival de sabores que hubo en mi boca. Luego tomé una segunda malteada porque sabia que luego de partir sería imposible probar algo similar.

El principio del fin

Algunas discusiones se habían presentado. Tal vez mi exceso de confianza combinado con la falta de organización me volvió irritante. Y allí estábamos, peleando en la inmensa ciudad de Kochi porque yo no tenía idea de a donde habíamos llegado. Yo sabía que tenía la culpa pero negaba todo porque quería tener la razón al menos una vez.

La atmósfera caótica que genera el exceso de personas en un lugar combinado con nuestros problemas, no me dejó apreciar lo mejor de aquella ciudad. Mi cabeza estaba a punto de estallar y los ejercicios de respiración aprendidos en el pasado no sirvieron para nada. La comida no sabía tan bien y los paisajes no eran más que escenas repetitivas sin ningún tinte. Los olores se tornaron fétidos de nuevo y las personas, las personas que veía en la calle fueron mi salvación. Me invitaban a creer en una reconciliación con mi compañera y a buscar métodos para mejorar la convivencia.


Primero fuimos a una muestra de baile típico donde las expresiones de sus caras y manos me enseñaron de donde viene esa forma tan particular de expresarse de los Indios. Los problemas seguían por lo que tomé medidas más fuertes, fuimos a ver una película de Bollywood. La experiencia fue increible, nos llevó a la niñez a través de la fantasía generada por la adecuada sincronización de efectos especiales, música y paisajes. La verdad es que fue un día como ninguno, poco importó que el conductor del rickshaw me hubiera cobrado 100 rupias más.


Pero cuando todo parecía que mejoraría, cuando parecia que el amor se encontraba hasta en el tradicional jugo de mango, la burbuja explotó. Decidimos que pasaríamos nuestro último día en Kochi separados para pensar si era adecuado viajar juntos por un mes más.

Después de la tormenta viene la calma




Los días en Munnar fueron tranquilos. Tal vez el frío de las montañas ayudó a bajar la temperatura de nuestros ánimos. Quizás fueron las caminatas que hicimos por las montañas plagadas de cultivos de te. O depronto el exceso de chocolate casero y cashew, despertó nuestra felicidad. Lo cierto es que esa tranquilidad que dan las montañas se trasladó a nosotros. Esta vez si pude apreciar lo que tenía a mi alrededor.


Caminar en cacerios fue una experiencia muy enriquecedora. Recordé porque estaba tan feliz en la India, por esa simpleza de las personas que genera confianza para arriesgarse a inmiscuirse en su trabajo, recolectando té o hablando con el jefe de los recolectores. Los campos son gigantes y de verde esmeralda, ese verde que cambia de colores con la luz del sol. Entendí el porque de mi adicción al glorioso Chai.


Ahora que era un ser humano de nuevo, hice lo que cualquier ser humano ama: comer. El restaurante se llama Hell Kitchen y es un lugar de no más de 6 metros donde trabajan al mesos unos 10 indios que se esmeran por generar los manjares indios más deliciosos que probé hasta el día de hoy. Como sí fuera poco, tuve la oportunidad de entrar a la cocina y aprender algunos de sus secretos, secretos que por respeto a los creadores y por respeto a mis lectores, no revelaré.

Adiós Kerala! Adiós compañera!



Es increíble que un lugar que nadie conoce, genere tantas emociones. En Kalpetta:

- Caminé a las 2 de la madrugada sin saber donde dormiría
- Tuve mi primera enfermedad estomacal
- Conocí la obra del escritor indio Chetan Bhaga
- Conocí la primera casa India
- Monté mi primer elefante
- Conocí a mi primer "Mail friend"
- Me separé de mi compañera de viaje


Si, los problemas que comenzaron días antes terminaron en una decisión conjunta que nos invitaba a viajar sólos para depurar el stress que se había acumulado en las últimas semanas. A veces es mejor una decisión a tiempo así nos cueste al principio. La noche previa comimos nuestro último Roti con curry de vegetales mientras hacíamos el balance de nuestro mes juntos. A la mañana siguiente yo me hice el dormido mientras ella se despedía, en mi interior apareció un "gracias" seguido de un "hasta luego.


Mientras caminaba a la parada de buses pensaba en lo hermoso que había sido el estado de Kerala, no tiene que ver nada con lo que nos muestran de la India. Además me sentía un poco vacío porque ahora mi compañera de viaje se quedaba en aquel Estado. Sin embargo, al levantar la vista vi a un elefante que se aproximaba a mi, me quedé inmóvil y fue cuando me di cuenta que "algo grande iba a pasar".





2 comentarios:

  1. Como así que adios Kerela??? ayy nooo!!! quiero saber mas!!! que pasoo después del elefante??? Espero que actualices pronto tu blog. Pdta:Que buena canción la que pusiste !!! :) Adri S

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  2. Fueron tres semanas increíbles en el Estado de Kerala pero de seguro algún día volveré!

    Gracias por seguir esta "pequeña" aventura. No te imaginas lo que se viene en esta nueva etapa, viajando sólo por la India¡

    Te Quiero mucho!

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