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septiembre 02, 2013

Italia: Dos mundos, un gelatto II

A medida que pasaba el tiempo en el tren regional que tomé en La Spezia con dirección a Firenze, sentía el cambio en el ambiente: el calor aumentaba, los turistas aumentaban, la desorganización aumentaba y lo único que disminuía era mi salud. Me sentía un poco cansado por el trayecto de 5 horas en el que estaba al tomar el tren más barato y también sentía una molestia en una muela, sin embargo no creía que fuera mayor cosa.


Un paseo por la Toscana

Firenze es increíble. Llegar a la estación del norte es perfecto para nosotros, los caminantes. Un paseo de 45 minutos con una mochila de unos 18 kilos nos hace sentir fuertes, nos hace sentir que estamos una vez más en el camino y en esta ciudad, que visitaría por 5 días, me hacia sentir que viajaba en el tiempo.

Al llegar al hostal empezaba a sentir la fuerza de los italianos del sur. Son un poco más duros en su trato que los del norte. Botan las cosas en vez de darlas en la mano. Ignoran cuando un turista les habla porque saben que están en la posición dominante. Hablan un poco más duro y su acento cambia levemente, empiezan a comerse el sonido de algunas letras. Decidí que no me dejaría intimidar por estos "italianitos", no eran gran cosa. 


Al explorar la ciudad me di cuenta del porque de la seguridad de los "italianitos". La ciudad es increíble. Sin saber de arquitectura o de historia, sabía que no estaba en un lugar normal. Estaba empezando un viaje al pasado, que solo era un abrebocas de lo que se me vendría días después.  La Piazza della Signoria fue el lugar que llamó mi atención no sólo porque allí se concentra una muestra de las esculturas más famosas de La Toscana (una de las copias del David, Hércules y la fuente de Neptuno entre otros) sino porque la plaza muestra dos caras totalmente diferentes en el día y en la noche. La luz del día muestra los detalles de cada estatua y le da fuerza a la arquitectura de sus edificios. En la noche, el flujo de turistas disminuye y es en ese momento donde las piezas dejan de ser inmóviles y adquieren vida. La música de los guitarristas virtuosos que rodean la plaza, hace que el tiempo se detenga y que los sentidos se vuelvan más sensibles.


Aunque el David, la Piazza del Dumo y el Palazzo Vecchio esperan las visitas de los miles de turistas que llegan dia a día, otros más astutos hacen una caminata hacia la plaza de Michelangelo o a la Basílica Di San Miniato al Monte para admirar la ciudad desde lo alto y guardar la imagen de aquel cuadro en vida.

El tiempo fue suficiente para recorrer la ciudad y hacer una fiesta argentina al son de unos Fernets que duraron en mi cabeza varios días. La lluvia del último día me decía que era momento de ir a Roma. 

Al trader lo que es del trader



Antes de llegar al coliseo romano dudaba si entrar o no porque un arqueólogo alemán que conocí, me dijo que no era impactante como las películas, que equivado estaba. A algunos nos dan ganas de ver "el Gladiador", otros caminan como guerreros que se disponen a luchar contra tres tigres, algunos más detallan la exhibición que describe la vida del romano y su pocision en la escala social, y otros pocos como el actor Centroaméricano "Chayanne" (que estaba ese día), se esconden de las cámaras sin saber que ya no son famosos.

Descubrir Italia es descubrir los límites de los sentidos. En la costa del norte mi olfato quedo perplejo ante el olor del mar y los miles de olivos que allí habían. Ahora, en Roma, mis ojos recibían con mayor intensidad los colores de una ciudad que quedó congelada en el pasado. Porque la intensidad del sol resalta la arquitectura y le da vida, mientras que la oscuridad de los cuartos de un museo hacen que las obras muestren su luz propia. Esto es lo que se reflexiona cuando se entra a la Capilla Sixtina, en el Vaticano. No es sólo la majestuosidad de la obra, es la historia: Un hombre que tuvo la oportunidad de hacer algo grande, en condiciones difíciles (algunos dicen que imposibles de manejar), que transformó su arrogancia en humildad, que hizo de la religión un cuento y finalmente la plasmo en un gran salón.


Como ya lo he dicho, hablar de una ciudad requiere de tiempo y sabiduría y con mis 4 días, no sería suficiente. El tiempo dio para decepcionarme de la comida romana, comer el gelatto más caro del mundo (más famoso también) y empezar a sentir una mayor molestia en mi boca, esperaba que no se complicara más.

¿Latinoamérica? No, Nápoles

Crecer en Venezuela me dio la ventaja de tener un mayor contacto con los migrantes de España, Portugal, Colombia y por supuesto, Italia. "Anaccleto" era el nombre de un amigo napolitano de mi papá que llamaba mucho mi atención por su forma de expresarse, un poco fuerte pero amable. Aunque no recuerdo la comida, mi papa me decía que tenía el don de hacer las mejores pastas con ingredientes simples, era un catador empírico de éstas, que si no estaban en su punto hacia que el mundo se estremeciera por su inconformismo.


Al pisar Nápoles entendí porque Anaccleto se fue a vivir a Caracas. La ciudad es caótica. Pocos me prestaban atención y los que lo hacían no me ayudaban al preguntarles algo. El calor hace que los sentidos empiecen a debilitarse. El smog de los carros se junta con el ruido de las bocinas y crean un aire que es difícil de transitar. Las motos viajan por los andenes mientras los buses paran en medio de la calle. Hay comida en todos lados, hay basura en todos lados, hay gente durmiendo en todos lados. Sentí que llegué a una ciudad de América Latina y ¿saben algo? Me encantó.

A diferencia de todos los centros históricos, el de Nápoles es muy particular. Allá se ve esa fuerza del italiano del sur. El que juega cartas en la calle mientras los demás apuestan a su contrincante. El que come pasta mientras discute con su mujer porque no le alcanza vino o porque este nunca existió. El italiano que ofrece su mercado a viva voz tan alto como pueda porque su competencia hace lo mismo. Es tanto el ruido que empiezan a hablar con las manos para hacerse escuchar y lo hacen a una velocidad impresionante, no dejan oportunidad para el análisis. Las vespas son un arma mortal porque salen de cualquiera de las estrechas calles que en Nápoles abundan. 


Se puede correr pero no escapar. Subir a lo más alto de Nápoles es una experiencia magnífica porque se puede ver la ciudad en 360 grados. Se puede estar por un tiempo en la cima y recorrer los barrios donde habita el napolitano rico, donde abundan las tiendas de marca. No hay que tener suerte para comer el mejor gelatto de la región, alli abundan.


A volver abajo por medio del funicular se puede ir a la playa a disfrutar del atardecer. La iglesia del Dumo es increíble, diferente a todas las visitadas anteriormente, y si hay algo de suerte se puede presenciar un matrimonio napolitano que seguramente estará discutiendo al día siguiente sobre lo imperfectos de la boda.


En Nápoles se puede hacer de todo. Es el punto de partida a la costa malfitana y a Pompeya. Esta última es impresionante. Recuerdo que hace menos de un año leía en una revista de Bloomberg sobre este destino. Saber que era una ciudad que se consevó gracias a un desastre (volcán) hizo que se me volviera una obsesión, lo que no sabía era que lo visitaría tan rápido.


Pero lo más grande de Nápoles es sin duda alguna su pizza. Las caras de Pauke y Enya (dos holandesas increíbles que conocí en el hostal) eran de intriga al ver lo que le pasaba a este latino que comía la pizza como si no hubiera comido en años. La textura es suave como toda la comida en Italia, los sabores son intensos (en especial el del tomate), el queso es jugoso, y cada pizza se torna especial dependiendo de los ingredientes de cada una. Acompañarla con un vino es el complemento perfecto aunque con agua sería igual de buena.

Estas tres semanas se pasaron muy rápido y tengo que decir que se cumplieron todas mis expectativas. Los sabores, olores, colores, sonidos y texturas fueron perfectos. El tiempo fue corto pero  estoy seguro que volveré para recorrer esos pequeños pueblos donde se disfruta más de la cultura italiana. La mejor ciudad fue Nápoles aunque La Spezia quería llevarse el premio. El mejor gelatto estuvo en Milano. La arquitectura de Firenze es impresionante. Roma es grandiosa pero el exceso de turismo es afixiante y Venecia, Venecia es sinónimo de amor.

Sólo me resta dar las gracias a todos los viajeros que me acompañaron y tomar mi vuelo hacia Ginebra. Suiza será mi último pais de Europa antes de ir a Asia.

A mi me sirvió:

1. Comer en la calle. Encontré platos por 1.5 EUR que seguramente valdrían much más en un restaurante.
2. Salir con italianos. Los napolitanos en especial, se sienten orgullosos de mostrar su cultura.
3. Quedarme en hostales. Aunque quedarse donde amigos y hacer couchsurfing es una buena opción a veces es necesario ir a hostales para cambiar un poco de ambiente. Es el lugar perfecto para compartir historia con viajeros.


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