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septiembre 17, 2013

Bitácora de un viajero #4 (todos somos exactamente iguales)


Hace unos días terminé de leer Siddhartha, la historia del viaje espiritual de un indio durante el tiempo de Buddha. Aunque al principio me pareció lento y aburrido al final encontré en la historia, un apoyo a esa idea que ahora tengo en mi mente sobre el hecho de que todos en el mundo, somos exactamente iguales.


La historia de como un hijo rechaza un futuro prometedor por el hecho de que su padre ayudó a forjarlo. Historias de hijos que se convierten en hombres que en su camino por la vida descubren que lo que buscaban estaba al inicio de su viaje. Hijos que cuando tienen sus propios hijos conocen el verdadero significado de la vida. Y finalmente hijos que se dan cuenta al final de sus vidas que menos es más.

Aclaro que no pienso que mi historia se parezca a la de Siddhartha porque no ando en un retiro espiritual, ni renuncié a todas mis comodidades para ir con los Samanas. Pero si hay algo con lo que me siento identificado es con ese fragmento en el que se habla de la sabiduría:

"Wisdom cannot be passed on. It can be found, it can be lived, it is possible to be carried by it, it cannot be expressed in words and taught"

Antes pensaba que la sabiduría se creaba como resultado de una acumulación de información a través del tiempo que combinado con el aspecto de grandeza que da un cabello gris, nos daba el poder para realizar juicios certeros. Ahora veo que la sabiduría nace cuando somos capaces de aplicar toda esa información a la vida real, generando nuestro propio conocimiento, un conocimiento puro que no nace en que tanto percibamos de un libro o que tanto nos enseñe un hombre, sino de que tanto percibamos de las personas y su entorno. No digo que debamos ir por el mundo como nómadas pero si pienso que las fuentes de conocimiento deben ser diversas para que en vez de crear juicios creemos consejos basados en diversas experiencias de vida.

Hace unos días reflexioné mucho sobre una situación que en muchas ocasiones tuve en Bogotá (mi ciudad de residencia) y que ahora volví a vivir pero que esta vez me puso a analizar sobre el porque de mi comportamiento: 

"sabía que no podría entrar por ese lugar porque no había pagado el ticket pero como no había un aviso lo intenté. Un vigilante vino hacia a mi y de forma brusca me dijo que tenía que ir al otro lado a comprar un ticket tratándome como un ladrón. ¿Mi reacción? Empecé a pelear (cosa que no hacia 82 días) diciéndole sobre la necesidad de ayudar al turista informando las rutas a seguir, el no decía nada. Le dije que no me interesaba el lugar y que me podría ir sin inconformismo alguno, el no decía nada. Y finalmente lo peor, le dije que tenía el dinero para comprar el ticket pero que no lo haría porque no valía la pena pagar tanto para ver un templo, el no nunca dijo nada".

Me fui enojado y caminé por un largo tiempo hasta llegar a otro templo donde encontré la imagen de Hanuman (el dios con cabeza de mono). Me di cuenta que esas pequeñas discusiones habían estado en mi vida durante los últimos años y que siempre las había ganado. Pero esta vez, cuando encontré a una persona que no entendía mi idioma, su silencio fue más certero que las mil palabras que lancé sobre él. Se que no tiene sentido todo lo que dije, y se que a veces aceptar que no somos sabios es un paso más en la formación para ser un humano.

Dos cosas me enseñó el silencio de aquel hombre: aunque la comunicación es esencial, hay momentos en la vida en la que el silencio es la mejor forma de evitar una guerra. Creer ser más que alguien por tener un estudio, una historia laboral o una buena formación moral no tiene sentido alguno porque en el fondo todos somos exactamente iguales.

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